Iglesia Cristiana Evangélica en Munro

Tristeza y esperanza

“…no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza” (1 Ts. 4:13).

Hoy es un día complejo para mí. Uno de los amigos personales, miembro del consejo de nuestra iglesia, ejemplo de vida cristiana, servidor incansable en todas las tareas necesarias en la congregación y modelo de persona, ha sido llamado por el Señor, y partió para estar con Aquel que amó siempre. La partida de uno de los que son queridos, produce en el cristiano dos aspectos encontrados, la tristeza y la esperanza. Por eso el apóstol habla de ambas cosas en el versículo. El cristiano no es insensible, todo lo contrario, la regeneración del Espíritu sitúa a Jesús en nuestra experiencia vital. Desde que creímos el Señor está en nosotros y nosotros estamos en Él. La vida cristiana no es hablar de Jesús, sino vivir a Jesús. Lo que fue experiencia del Señor en su vida humana, lo es también nuestra. La primera verdad que debemos asumir es que la partida de uno de los íntimos, produce tristeza y se expresa en lágrimas. La absurda y anti bíblica enseñanza de que el creyente no debe llorar la partida de los suyos, contradice, no solo la sensibilidad humana, sino el ejemplo de Jesús. Cerca de la tumba de su amigo Lázaro, viendo el impacto que la muerte producía en la familia, “Jesús lloró” (Jn. 11:35). Si Él lo hizo, también nosotros debemos hacerlo. La insensibilidad ante un hecho como la muerte, no es buen testimonio, sino dureza de corazón. No se prohíbe la tristeza, pero sí como la de aquellos que no tienen esperanza. La muerte no es sumirse en las tinieblas de la desesperanza. El cristiano sabe que aquello que produce temor y esclavitud, es la puerta de la liberación para el encuentro personal con el Señor. En la muerte, el cristiano parte con el mismo sentido con que partió Simeón: “Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz” (Lc. 2:29). El creyente ha estado confinado por tiempo en la estrechez de la vida temporal, como un ave retenida en su jaula, viva pero limitada. Pero, llega el día en que el Señor abre la puerta y el creyente vuela libre al encuentro perpetuo con Él. Allí alabaremos Su nombre por todo cuanto hizo por nosotros. Entonces cantaremos sus alabanzas con voces claras más allá de cuanto ahora podamos imaginar. Los vergeles gloriosos serán el lugar del encuentro donde “estaremos siempre con el Señor” (1 Ts. 4:17). ¡Que dicha ver el rostro de Aquel que nos amó eternamente! ¡Que impacto contemplar las heridas en sus manos y el costado taladrado! ¡Que felicidad discernir plenamente en ellas que, señalando Su muerte, señalan también la vida eterna para nosotros! La muerte del cristiano es también la admirable dimensión de la gracia liberadora. Que nuestras lágrimas no nublen la realidad: “Perece el justo, y no hay quien piense en ello; y los piadosos mueren, y no hay quien entienda que de delante de la aflicción es quitado el justo. Entrarán en la paz” (Is. 57:1-2). Qué mi vida se ajuste a la gloria de mi esperanza. Dios prepara una perpetua experiencia de paz para mí, que cerrará para siempre la senda del conflicto. Una admirable comunión en reunión perpetua con los míos, será la gloriosa realidad. ¿Cuándo? Jesús me responde: “He aquí, vengo en breve” con toda la fuerza de mi alma digo: “Amén, sí, ven Señor Jesús”.

Samuel Pérez Millos