Iglesia Cristiana Evangélica en Munro

LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA

“Yo soy la resurrección y la vida” (Jn. 11:25).
Un día de luto. La muerte había llenado de tristeza y lágrimas un hogar. Las hermanas sentían la aflicción producida por la partida de su hermano. Y, en medio de la tristeza, la voz de Jesús afirma que Él es la resurrección y la vida. Dos conceptos filosóficos: Vida, es el tiempo que transcurre desde el nacimiento hasta la muerte; muerte, el término de la vida, el cese de la existencia. Para Dios los conceptos son diferentes: vida es el estado de comunión y relación con Él; muerte, un estado de separación. La vida está vinculada a Cristo, porque “en Él estaba la vida” (Jn. 1:4). En la creación comunicó vida a la criatura. En Su ministerio manifestó Su autoridad sobre la muerte devolviendo la vida a quienes habían muerto. El propósito de la venida de Jesús, Emanuel, Dios con nosotros, está relacionada con la vida. Él prometía vida eterna a quienes creyesen en Él. Su propósito esencial al hacerse hombre tenía que ver con la “destrucción del que tenía el imperio de la muerte, esto es, el diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (He. 2:14-15). En la Cruz es hecho por nosotros maldición para resolver el estado de separación que teníamos con Dios a causa de nuestro pecado. El triunfo de esa obra se manifiesta en la penúltima expresión del Crucificado: “Consumado es”. El camino a la vida se había abierto definitivamente. Los muertos en pecado, por fe en Él, recibimos vida y vida eterna.  Por eso, “el que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Jn. 5:12). El Señor habla de una vida abundante. Quiere  decir que la vida que nos ha dado es absolutamente diferente a la del mundo. Es abundante porque es renovada. Pablo dice que “para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21). Lo es también porque no hay dificultad que no pueda ser superada. Los obstáculos son salvados y la existencia está llena de poder porque “todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13). Los recursos de Dios están a nuestra disposición para llenarnos de paz. La muerte, a la que todos vamos a llegar, no nos llena de inquietud porque es un simple tránsito para un encuentro definitivo con el Señor. La soledad desaparece para quien tiene a Cristo porque Su presencia será continuada conforme a Su promesa: “Yo estoy con vosotros todos los días” (Mt. 28:20). En medio de las pruebas, no importa la intensidad que tengan, el Señor es nuestra firme compañía, como Él mismo promete: “Con él estaré yo en la angustia” (Sal. 91:15). Sin embargo, el que dice: “Yo soy la resurrección y la vida”, nos confronta con la fe al decirnos: “¿Crees esto?”. La verdad es segura pero la  experiencia de una vida abundante tiene que ver con nuestra fe. La mía es pequeña, débil, mortecina, un pábilo humeante al que la más leve brisa puede apagar. Mi necesidad es disfrutar de esa vida abundante, sentir que puedo tenerla en mi experiencia cotidiana, en mis lágrimas, en mis pruebas y en mi paz. ¡Oh, Señor! tu sabes que mi fe es frágil. Necesito que acudas a mi necesidad, por eso te pido: “auméntame la fe”. Quiero vivir el admirable regalo que me haces de una vida abundante junto a Ti.