Iglesia Cristiana Evangélica en Munro

Delicia y seguridad.

“Guarda silencio ante Jehová, y espera en Él. No te alteres con motivo del que prospera en su camino, por el hombre que hace maldades. Deja la ira, y desecha el enojo; no te excites en manera alguna a hacer lo malo Porque los malignos serán destruidos, pero los que esperan en Jehová ellos heredarán la tierra. Pues de aquí a poco no existirá el malo, observarás su lugar, y no estará allí. Pero los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz” (Sal. 37:7-11).
Un largo texto del Salmo, pero nada mejor que la Palabra para alentarnos. Las angustias en la vida vienen, muchas veces, de la mano de injusticias y violencias de quienes la Biblia llama malignos. El que centra su vista en Dios, deja de ver a los hombres, y descansa confiadamente en Él. Esta es la mirada de la fe. Donde otros fracasan, el creyente permanece firme en la Roca de los Siglos. La primera demanda requiere mucha gracia: “confía callado en el Señor y espérale con paciencia” (v. 7 BA). No se trata de un silencio absurdo, sino de completa confianza. La boca que guarda silencio ante lo humanamente incomprensible, manifiesta la grandeza de un corazón santo. La segunda demanda (v. 7b) llama a la tranquilidad; cuando el malo prospera, Dios nos enseña a que no haya nada que nos turbe. Eso es una maniobra del maligno para que la paz de Dios desaparezca de la vida. La inquietud llega al ver el comportamiento malo de otros, cuando esto nos afecta directamente. El hombre de fe siente profunda paz en toda ocasión. Dios nos dice: “no te alteres”. Una tercera demanda (v. 8) que se relaciona con la oposición al Espíritu, produce la inquietud. Ira y enojo son obras de la carne. Pasaron siglos, pero el mandamiento sigue siendo el mismo y la necesidad idéntica: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, griterío y maledicencia, y toda malicia” (Ef. 4:31). Si otros lo hacen, nosotros mantengámonos lejos de esas cosas. El Señor añade una cuarta demanda (v. 8b): “no hagas nada malo”. Ira y enojo es ya hacer lo malo. En cada momento debemos actuar como Cristo hubiera hecho (1 P. 2:21-23). Las bendiciones de la obediencia son claras. La primera es el disfrute de una herencia eterna (v. 9). Los malignos serán destruidos, pero los que esperan en Dios heredarán la tierra. Los justos perseguidos son herederos de todo, porque son coherederos con Cristo (Ro. 8:17). Dios sustenta la suerte de Su heredad (Sal. 16:5-6), mientras les dice: “todo es vuestro” (1 Co. 3:22). Los creyentes esperamos “cielos nuevos y tierra nueva, donde mora la justicia” (2 P. 3:13). La  segunda bendición (v. 11b) es el disfrute de “recreo y paz”. El recreo consiste en la compañía y comunión con el Buen Pastor, que provee de aguas de reposo, ayuda personal, compañía en la angustia, amistad, misericordia continua y esperanza segura (Sal. 23:1-7). Junto con el recreo, la paz, provisión de Jesús para nosotros. Solo hay paz cuando se siente la presencia del Señor en la vida. Es necesario asumir las demandas del Salmo: Guardar silencio, no alterarse, dejar la ira. Pero no es menos importante descubrir a Jesús, que vive cada día en nuestras vidas. Sentir el contacto de Su mano que enjuga nuestras lágrimas y alienta nuestra alma. Entonces nuestro rostro que refleja tristeza, se transformará en uno semejante al de un ángel, cuando los cielos se abran por la fe y podamos ver a Jesús.