Iglesia Cristiana Evangélica en Munro

Dios es paz.

“Y edificó allí Gedeón altar a Jehová, y lo llamó Jehová-salom” (Jue. 6:24).
El nombre de Dios en este versículo adquiere un alto significado en una sociedad llena de tensiones e inquietud. En alguna medida esto nos afecta también a nosotros. Las dificultades hacen que la experiencia de paz no sea algo habitual. Los días del pasaje eran difíciles. La situación inquietante. La fe declinaba y Gedeón era un creyente desilusionado. Dios era para él algo distante y teórico, pero, en aquellos momentos le hizo una promesa: “Ciertamente yo estaré contigo” (v. 16). Estaba allí para decirle: “Paz a ti” (v. 23). Por eso Gedeón le adora, levantándole un altar y llamando a Dios “Jehová-salom”, que quiere decir: Dios es paz. Este es nuestro Dios. Él que nos “da paz en toda manera” (2 Ts. 2:16). Jesús es el Dios que, como en tiempos de Gedeón, se hace cercano al hacerse hombre (Jn. 1:14), para hacerse paz en los momentos difíciles de nuestra vida. Es una paz personal y viene a nosotros como un don perfecto de Él mismo y es la consecuencia de una relación correcta con Él. Cristo vino para dejar hecha la paz, pero también para darnos Su propia paz personal (Jn. 14:27). Es un regalo que deja y un tesoro que da. La armoniosa relación con Dios es el resultado de haber sido removido el obstáculo del pecado que la impedía. En la Cruz, por la reconciliación lo hizo posible como expresión de Su amor infinito, ya que el “Señor me amó y se entregó por mí” (Gá. 2:20). Es una maravillosa experiencia en donde puedo estar seguro de que “no hay ninguna condenación para quien está en Él” (Ro. 8:1). Pero esa paz se hace más íntima como obsequio del Señor: “mi paz os doy”. Mientras todos los discípulos estaban inquietos, Jesús tenía profunda calma. El Espíritu Santo hace posible que la paz de Cristo sea hoy mi experiencia personal. Ese modo de vida alcanza toda relación. Quien da su paz me permite también experimentarla en cada circunstancia. Hay muchas dificultades, problemas e injusticias, producidas por otros, que humanamente hablando me llevaría a despreciarlos, pero el regalo de Jesús invierte esta situación, porque “no debo ser vencido de lo malo, sino vencer con el bien el mal” (Ro. 12:21). Eso hace posible una vida en calma, porque “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guarda nuestros corazones y pensamientos en Cristo Jesús” (Fil. 4:7). La inquietud da paso a la paz que protege el corazón, de modo que custodiado por ella produce la situación de calma en medio de la tormenta. Es quietud en toda circunstancia. Puedo  descansar en Él en cada momento, porque “se vivir humildemente, y se tener abundancia… estar saciado o tener hambre, tener abundancia o padecer necesidad” (Fil. 4:12). Mi Dios permite todo en mi vida, pero sé que cualquier cosa está impregnada de Su amor personal, demostrado porque dio a su Hijo por mí. De Él proceden todos los recursos de poder y Él está a mi lado. Miro el pasado, el presente y el futuro con confianza y puedo decir con seguridad: “Gustad y ved que es bueno Jehová; dichoso el hombre que confía en Él” (Sal. 34:8). Señor, ayúdame a vivir en relación íntima y personal contigo, para que en medio de mis inquietudes pueda sentir y disfrutar plenamente que Tú eres para mí, Jehová-salom.