Iglesia Cristiana Evangélica en Munro

El amor divino.

“Yo os he amado, dice Jehová; y dijisteis: ¿En qué nos amaste? ¿No era Esaú hermano de Jacob? Dice Jehová: y amé a Jacob” (Mal. 1:2).
Hay momentos de zozobra en la vida, situaciones difíciles, tiempos de prueba y de conflicto, que eliminan la tranquilidad del alma. En esas circunstancias, la fe se hace también frágil y nuestros pasos poco estables. Además, el enemigo de nuestras almas se aproxima para susurrar en nuestros oídos palabras de duda. Su mensaje es engañoso, pero, en muchas ocasiones genera una pregunta de duda: ¿Me ama Dios realmente? Si dejamos que esto se apodere de nosotros, se convertirá en afirmación y comenzaremos a pensar que todo lo que ocurre es que Dios no se ocupa de nosotros y no nos ama como la Palabra afirma.  Eso ocurría con Israel. Estaban pasando por problemas intensos que generaban la duda acerca del amor de Dios. En forma arrogante están preguntándole al Señor en qué modo podía demostrar que verdaderamente eran objetos de su amor personal. Sin duda es una tremenda arrogancia pedirle una demostración del amor divino. Pero, Dios que es gracia y misericordia responde a esa pregunta, que es también una respuesta para mi vida cuando mi fe flaquee y esté en la influencia de la duda. Dios comienza afirmando Su amor. Tomémoslo personal e individualmente. Viene a mi encuentro para decirme: “Yo te he amado”. Como palabra Suya es verdadera y fiel. Su amor es permanente, me amó, me ama y me seguirá amando para siempre. Nada más cierto, me amó cuando no tenía ningún derecho para ser amado. Rebelde, pecador, muerto en delitos y pecados, alejado de Él, rebelde a Su voluntad, pero, a pesar de todo me amó hasta enviar a su Hijo para buscarme en mi miseria y abrazarme en Su gracia, para perdonar mis pecados, darme vida eterna y hacerse en mí “esperanza de gloria” (Col. 1:27). Me trasladó al reino de Su Hijo, me hizo hijo suyo por adopción, me ha colmado de “favores y misericordias”. Ciertamente no hay que dudarlo, me ama. Pero pone otra confirmación de esa verdad. La pregunta del Señor para Su pueblo en la antigüedad, es también para mí. Esaú era el hermano de Jacob, el primogénito hijo de Isaac, el que tenía el derecho a la herencia conforme a las leyes de los hombres, sin embargo, dejó la línea de los hombres, para establecer la relación de la gracia. El que no tenía derechos, recibió la bendición de la promesa. De ese mismo modo, yo no tenía derecho alguno delante de Dios. Mi único derecho era perderme para siempre lejos de Él. No cabe duda que otros muchos serían de condición mejor para pensar en ellos, pero Dios, pensó en mí. Su gracia vino a mi encuentro. En mi camino de desesperanza, extendió Su mano y me tomó, dándome herencia eterna y seguridad absoluta. Sí, es cierto, Dios me amó, y me ama. Es más, seguirá extendiéndome Su amor para siempre. Posiblemente las pruebas sean usadas por el tentador para formular una acusación mentirosa: “Si Dios te amase realmente, no te trataría así”. Rechazo esa falsedad. Dios me ama y actúa en mis pruebas para mi bien personal. Debo acercarme ahora con gratitud y decirle: Señor, reconozco que me amas, porque eres bueno y tu misericordia es para siempre. Gracias, por amarme así