Iglesia Cristiana Evangélica en Munro

La vid verdadera.

“Yo soy la vid verdadera” (Jn. 15:1)  “Yo soy”. Esta es la séptima y última en el evangelio según Juan. Aquí el Señor no se compara, afirma que Él es “la vid verdadera”. Los israelitas conocían bien la figura de la vid. Dios había comparado a Su pueblo con ella. Los había escogido para que le rindieran fruto de obediencia y fuesen un pueblo ejemplar entre las naciones. El Señor manifestó Su promesa de ayuda para que pudieran  cumplir lo que Él deseaba: “Yo Jehová la guardo, cada momento la regaré, la guardaré de noche y de día para que nadie la dañe. Días vendrán cuando Jacob echará raíces, florecerá, echará renuevos Israel, y la faz del mundo se llenará de fruto” (Is. 27:3, 6). Lamentablemente ese pueblo se convirtió en una vida improductiva. Por eso se presenta Cristo como una provisión de Dios. En general, el hombre es un ser incapaz de dar fruto agradable a Dios. El pecado anidó en nuestra alma y hemos venido a ser absolutamente impuros delante de Él. Los frutos que damos son los de la carne (Gá. 5:19-20). Todos contrarios a Dios. Cuando Él manda amar, el hombre odia; cuando demanda humildad, el orgullo invade nuestra vida. No podemos hacer nada para cambiar “porque el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud” (Gn. 8:21). Por eso vino Jesús para hacer una obra de gracia restauradora. Por fe en Él se produce una transformación admirable en el nuevo nacimiento: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ez. 36:26-27). Identificados con la Vid Verdadera, podemos dar fruto para Dios. La santidad es posible, no por nuestro esfuerzo, sino porque el Espíritu opera en nosotros “el querer y el hacer por Su buena voluntad” (Fil. 2:13). Aquella situación de desaliento y desesperanza se convierte ahora en una vida de aliento y esperanza. La fuerza de Dios fluye en la Vid Verdadera y como pámpanos llena nuestras vidas. La gracia infinita y abundante es trasladada a nuestra experiencia en cada momento. Cuando Satanás ruge y el furor de sus ataques llegan a nosotros, la Vid Verdadera sujeta firmemente a los pámpanos para que no caigan. Es posible que veamos ya a lo lejos el término de nuestro verano. El otoño podrá llegar a nuestras vidas. Las hojas de la vid antes verdes, se van cambiando en los rojos y dorados que anuncian la llegada del invierno. Tal vez estemos viendo como todo se seca a nuestro alrededor y nosotros mismos vamos a quedar aparentemente secos. Pero es solo una impresión. La eterna primavera hará reverdecer nuestros sarmientos para perpetuidad. Allí, en la gloriosa casa del Padre, llenos del poder de Dios produciremos para siempre el fruto agradable que glorificará Su nombre. Necesito una nueva orientación, por eso digo al Señor: “Renuévame,  Señor Jesús, ya no quiero ser igual”, hazme sentir el gozo tuyo fluyendo en mi vida. Amén.