Iglesia Cristiana Evangélica en Munro

Navidad

 “Esto ha sido la obra del Señor, y nos deja maravillados” (Sal. 118:23 NVI). 

Nada de mayor aliento que sabernos objeto del amor y de la misericordia de Dios. El texto nos llama a poner a un lado nuestras tristezas, angustias, inquietudes y lágrimas, para orientar el pensamiento hacia el suceso que conmocionó al mundo y marcó definitivamente la historia, con un antes y un después definitivo. La unión de Dios con el hombre, esto es, las dos naturalezas presentes en la Persona del Verbo eterno, es un misterio ante el que la razón se queda confusa, por eso hemos de recibirlo como la obra de Dios. Acerquémonos a Belén y admiremos lo que allí ocurre. El Eterno, el Infinito, hecho un niño del tiempo y del espacio. El Invisible se hizo visible para que le veamos con nuestros ojos y le palpemos con nuestras manos (1 Jn. 1:1). El Señor de señores, se hizo nuestro prójimo y compañero de nuestras angustias. El que alimenta a todos los seres creados, fue nutrido por una madre mortal. El consolador de los afligidos, experimentó nuestras angustias, lloró nuestras lágrimas, sufrió nuestros dolores, y murió nuestra muerte, asociándose a todas nuestras miserias. El Dios fuerte, cuya voz hace temblar los montes y rompe los árboles más estables, tomó existencia humana para poder morir en una cruz. Sí, esta obra es incomprensible para el hombre porque es una obra de Dios, que se hace maravillosa a nuestros ojos. Sobre el heno blando puesto en un pesebre, envuelto en pañales, está el niño cuyo nombre es Emanuel, Dios con nosotros. No es un sueño, ni una ilusión, es un hecho histórico. Él pertenece a dos mundos, por lo que el Salvador, en su doble naturaleza, ha restablecido el vínculo de unión entre la criatura y el Creador. Como Dios, desciende del cielo; como hombre representa a los que estamos caídos por el pecado. Nació para consumar la obra de salvación, planificada desde antes de la creación del universo y de los ángeles. Luego de la Cruz ascenderá al cielo, y nosotros con Él (Ef. 2:6). No consiste en razonamientos, ni en religión, ni en preceptos, solo en un sacrificio que hace perfectos para siempre a los que creen. Mientras todo dormía, se producía el misterio de los siglos. Los ejércitos celestiales se congregaban en torno al niño de Belén. Los pastores acudían para verle. El mundo iba a despertar de su miseria, y los hombres sin esperanza ya pueden acoger con fe lo que Dios les da, el perdón de pecados y la vida eterna. Hoy podemos ver y saludar en la distancia un gozo sin término, una esperanza gloriosa inmensa como la eternidad. ¿Qué más necesitamos? Esto es más que suficiente para nuestro aliento. Bien podemos decir con reconocimiento: Gracias a Dios, por su don inefable.