Iglesia Cristiana Evangélica en Munro

Nuestro seguro intercesor

“Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por Él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (He. 7:25)
Dios provee de un profundo aliento en las palabras del versículo. El Salvador es eterno, por tanto, salva perpetuamente a todos los que hemos creído en Él. Por fe recibimos no solo el perdón de nuestros pecados, sino la vida eterna. Nuestra existencia temporal puede ser difícil, rodeada de aflicción y lágrimas, pero, somos poseedores de vida eterna que Dios sostiene y que abre perspectivas de gloria y bendición como nunca hemos imaginado: “…ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser” (1 Jn. 3:2). Las delicias a la diestra de Dios será algo que ahora ni siquiera imaginamos, “…cosa que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Co. 2:9). Por esa razón, “esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria” (2 Co. 4:17), porque “no miramos las cosas que se ven, sino las que no se ven… que son eternas”. Nuestro bendito Señor nos salva perpetuamente, no solo en sentido temporal, sino que lo hace hasta lo sumo, es decir, completamente, que es el significado de esta frase en el versículo. La salvación de  nuestros pecados conlleva también la sanidad de nuestras dolencias. Puede ser que estemos pasando por una enfermedad, o que nos veamos rodeados en una intensa prueba. Es posible que nuestro camino discurra por una situación comparable a la sombra de muerte. Pero el que nos salva está a nuestro lado y es “poderoso para socorrer a los que son probados”. A una situación humanamente hablando desesperante, viene el recurso de Su poder envolviéndonos en Su gracia. La prueba será difícil y el llanto abundante, pero “el da mayor gracia” (Stg. 4:6). Puedo estar cierto que no seré llevado a una situación insuperable, porque “Él no me dejará ser probado más de lo que pueda resistir, sino que dará también juntamente con la prueba la salida, para que pueda soportar”. Una segunda bendición se descubre en el versículo: Jesús vive para interceder por nosotros. Nuestro Sumo Sacerdote hace algo más que ser nuestro representante delante de Dios, nos lleva en Sí mismo a Su presencia, teniendo acceso continuo al trono de la gracia para alcanzar el socorro necesario. El que nos salva se compadece de nuestras debilidades, intercediendo siempre por nosotros, para que recibamos la provisión necesaria en el tiempo del conflicto. En aflicciones e incluso en caídas, tengo siempre Su intercesión y estoy tranquilo porque Él dijo que cuanto pidiera al Padre lo recibiría. Intercede por mí, aunque mi fe flaquee. Aquel que rogó por Pedro para que su fe no faltase, lo hace ahora por mí en la presencia de Dios. En medio de mis conflictos hay ocasiones en que mi fe desfallece y mi oración se interrumpe, pero, aún en ese momento tengo la seguridad de que mi Buen Pastor está intercediendo por mí. Tal vez me sienta solo, inútil, afligido, cargado con mis tristezas y dificultades, pero, aunque todos me dejen… Él permanece fiel. Puedo descansar seguro porque vive siempre para interceder por mí.