Iglesia Cristiana Evangélica en Munro

El camino de Dios.

“Porque… no son vuestros caminos mis caminos” (Is. 55:8).
Vivo en un lugar montañoso. A donde dirijas tu vista allí están los montes. Me gusta caminar por los senderos de montaña y hacerlo, si es posible, acompañado de alguno de mi familia. Siguiendo un día uno de esos caminos llegué con uno de mis nietos a un lugar donde había un aviso que indicaba que el sendero estaba en obras y que no se podía pasar de ahí. A la izquierda salía otro, pero, en la entrada un cartel advertía: Sendero de dificultad alta. Mi nieto me dijo: Abuelo, tendremos que dar la vuelta. La palabra retroceder no está habitualmente en mi vocabulario, de modo que le dije: Vamos, tomemos ese camino. Inmediatamente me dijo: El cartel dice que es difícil ¿seremos capaces? Nunca lo sabremos si no comenzamos a caminar por él –le respondí– y comenzamos nuestra aventura. Era realmente difícil. Había un tramo tan empinado que teníamos que detenernos a descansar cada pocos pasos. Mi nieto dijo: Abuelo, no puedo más, volvamos. Allí, sentados al borde del sendero, le dije: Mira, estamos cerca de la cima del monte, el camino no pude ir más allá, vamos, un último esfuerzo. Así fue, alcanzamos la cima y el final del camino y, delante de nosotros, se abrió una pradera ondulante, llena de hierba, cuajada de árboles. Desde el promontorio rocoso, extendida a lo lejos, al borde del mar, la ciudad. Era un espectáculo tan impresionante que mi nieto me dijo: Abuelo, merecía la pena. Leo el versículo, con él quiero alentarnos mutuamente. Nuestra vida es como un sendero que fue cómo hasta que Dios interrumpió el camino que traíamos. Ya no tenemos a nuestro lado la compañía que nos había hecho profundamente agradable al tramo anterior de nuestra vida. Dios cerró definitivamente esa página; ya no vuelve; no podemos abrirla otra vez. Ahora, ha puesto un nuevo camino, pero, observa, en él hay una advertencia: Dificultad alta. Seguro que ya lo estás notando. Es posible que estés parado al borde de la senda que traías sin saber que debes hacer. Dios te desafía hoy a que tomes el que te propone. No debes olvidar que Sus caminos no son como los nuestros, Puedes hacer dos cosas: quedarte donde estás, llorando tu situación, añorando un pasado que ya no vuelve o, puedes tomar la senda que Dios abre ahora delante de ti. Habrá momentos en que la estrechez del sendero, lo empinado del camino, lo solitario del paraje, te sugerirán que desistas. Es más, probablemente estés ahora con mucho miedo para iniciar ese nuevo camino y la pregunta en tu alma sea cada vez más insistente: ¿Seré capaz? No lo dudes, si Dios lo ha puesto delante de ti proveerá de fuerzas para que sigas hasta el final. Cuando no puedas más, sentirás que Él toma en Sus brazos para hacerte subir la cuesta empinada; cuando la oscuridad rodee el tramo, Él se hará luz para alumbrarte. Al final, después de la última cuesta, abrirá para ti lo que te había preparado. Una dimensión de bendición como nunca habías tenido antes es lo que te espera siguiendo el camino de Dios. Digámosle hoy: Señor, quiero caminar contigo y sentirme conducido por ti. Sé que no tengo fuerzas, pero Tú prometes darlas al que no tiene ninguna. Y ahora, toma ese camino y hazlo con firmeza, mientras te sostienes como viendo al Invisible.