Iglesia Cristiana Evangélica en Munro

ALIENTO PARA HACER LA OBRA

ALIENTO PARA HACER LA OBRA

“Ciertamente yo estaré contigo, y derrotarás a los madianitas como un solo hombre” (Jue. 6:16). 

Los temas de los devocionales, buscan animar a quienes puedan estar pasando por situaciones difíciles. El de hoy está orientado a alentar de los que están tal vez cansados en el diario trabajo en la obra del Señor. No importa el lugar, ni la tarea, algunas veces nos parecerá casi como nada en comparación con otros grandes hombres y mujeres que tiene tareas más visibles. Pero el servicio lo establece el Señor, por tanto, no hay ocupaciones principales y secundarias. Todos en la obra somos necesarios, pero ninguno imprescindible. La primera lección que debo recordar es que la obra de Dios, solo la puede hacer Dios mismo. Es verdad que la hace por medio de nosotros, pero sólo Su dirección, poder y gracia pueden llevarnos en triunfo. Nuestras fuerzas no valen para hacer la obra, que por ser Suya, le corresponde a Él. Además, la obra de Dios trae consigo el conflicto que generan Satanás y sus huestes de maldad, si pretendemos vencer sobre ellas con nuestras fuerzas, seremos siempre derrotados. Antes de comenzar la tarea que Dios le encomendaba, el Señor dijo a Gedeón: “Jehová está contigo, varón esforzado y valiente” (v.12). Le hace notar que la valentía y el esfuerzo que iba a necesitar en el servicio no eran suyos, sino que procedían de Dios mismo que estaba con Él. Debo aprender otra lección: la fuerza para hacer la obra y la valentía para enfrentarla solo son eficaces cuando son de Dios. El mismo que nos manda esforzarnos es el que puede darnos la fuerza irresistible, porque “el multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas” (Is. 40:29). Tal vez, estoy desalentado porque no he sido capaz de entender que la victoria está en depender de los recursos de Dios, y decir como Pablo, “mas no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Co. 15:10). Además, tengo que entender también que la obra a ejecutar la marca Dios y no yo, como dijo a Gedeón: “ve con esta tu fuerza, y salvarás a Israel de la mano de los madianitas ¿No te envío yo?” (v. 14). Mi fracaso viene cuando soy yo el que decido lo que quiero hacer en la obra de Dios. Cuantas veces, cansado, abatido, y frustrado, tengo que rectificar el camino y reconocer mi fracaso, porque he ido a donde Dios no me ha enviado. Finalmente, Dios me lleva a comprender una última lección: la victoria es segura cuando estoy en el propósito de Dios. Así dijo a Gedeón: “Ciertamente yo estaré contigo, y derrotarás a los madianitas como a un solo hombre” (v. 16). Los enemigos podrán ser muchos, “como langostas en multitud” (7:17), y yo uno solo, pero para Dios es igual salvar con muchos que con pocos. Tengo que estar seguro de que mis fuerzas son las Suyas, que fue Él quien me ha llamado para que ejecute aquello que ha destinado para mí, y que Él está conmigo porque no es mi obra la que hago sino la Suya. Es posible que mis fuerzas estén al límite, pero hago mías las palabras de un amado cántico que dice: La victoria está en Jesús, solo tienes que pensar que mayor es el poder de Dios que el poder de Satanás…y sigue más adelante: extenderá su mano amiga, te dirá por dónde andar, multiplicará tus fuerzas y te consolará. Es el aliento que yo necesito también para este día.

 

El camino de Dios.

“Porque… no son vuestros caminos mis caminos” (Is. 55:8).
Vivo en un lugar montañoso. A donde dirijas tu vista allí están los montes. Me gusta caminar por los senderos de montaña y hacerlo, si es posible, acompañado de alguno de mi familia. Siguiendo un día uno de esos caminos llegué con uno de mis nietos a un lugar donde había un aviso que indicaba que el sendero estaba en obras y que no se podía pasar de ahí. A la izquierda salía otro, pero, en la entrada un cartel advertía: Sendero de dificultad alta. Mi nieto me dijo: Abuelo, tendremos que dar la vuelta. La palabra retroceder no está habitualmente en mi vocabulario, de modo que le dije: Vamos, tomemos ese camino. Inmediatamente me dijo: El cartel dice que es difícil ¿seremos capaces? Nunca lo sabremos si no comenzamos a caminar por él –le respondí– y comenzamos nuestra aventura. Era realmente difícil. Había un tramo tan empinado que teníamos que detenernos a descansar cada pocos pasos. Mi nieto dijo: Abuelo, no puedo más, volvamos. Allí, sentados al borde del sendero, le dije: Mira, estamos cerca de la cima del monte, el camino no pude ir más allá, vamos, un último esfuerzo. Así fue, alcanzamos la cima y el final del camino y, delante de nosotros, se abrió una pradera ondulante, llena de hierba, cuajada de árboles. Desde el promontorio rocoso, extendida a lo lejos, al borde del mar, la ciudad. Era un espectáculo tan impresionante que mi nieto me dijo: Abuelo, merecía la pena. Leo el versículo, con él quiero alentarnos mutuamente. Nuestra vida es como un sendero que fue cómo hasta que Dios interrumpió el camino que traíamos. Ya no tenemos a nuestro lado la compañía que nos había hecho profundamente agradable al tramo anterior de nuestra vida. Dios cerró definitivamente esa página; ya no vuelve; no podemos abrirla otra vez. Ahora, ha puesto un nuevo camino, pero, observa, en él hay una advertencia: Dificultad alta. Seguro que ya lo estás notando. Es posible que estés parado al borde de la senda que traías sin saber que debes hacer. Dios te desafía hoy a que tomes el que te propone. No debes olvidar que Sus caminos no son como los nuestros, Puedes hacer dos cosas: quedarte donde estás, llorando tu situación, añorando un pasado que ya no vuelve o, puedes tomar la senda que Dios abre ahora delante de ti. Habrá momentos en que la estrechez del sendero, lo empinado del camino, lo solitario del paraje, te sugerirán que desistas. Es más, probablemente estés ahora con mucho miedo para iniciar ese nuevo camino y la pregunta en tu alma sea cada vez más insistente: ¿Seré capaz? No lo dudes, si Dios lo ha puesto delante de ti proveerá de fuerzas para que sigas hasta el final. Cuando no puedas más, sentirás que Él toma en Sus brazos para hacerte subir la cuesta empinada; cuando la oscuridad rodee el tramo, Él se hará luz para alumbrarte. Al final, después de la última cuesta, abrirá para ti lo que te había preparado. Una dimensión de bendición como nunca habías tenido antes es lo que te espera siguiendo el camino de Dios. Digámosle hoy: Señor, quiero caminar contigo y sentirme conducido por ti. Sé que no tengo fuerzas, pero Tú prometes darlas al que no tiene ninguna. Y ahora, toma ese camino y hazlo con firmeza, mientras te sostienes como viendo al Invisible. 

Ancla segura.

“…La esperanza puesta delante de nosotros. La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo” (He.6: 18b-19).
Dios hace honor a Su palabra y cumple siempre Sus promesas. Esto produce un fortísimo consuelo, que supera en todo cualquier tipo de dificultad. La palabra consuelo tiene que ver con venir al lado, de manera que las promesas de Dios vienen a nuestro lado para darnos el aliento necesario en las tribulaciones. Por eso nos asimos de la esperanza puesta delante de nosotros. En medio de las adversidades nos refugiamos seguros en el puerto de la esperanza, descansando y sustentándonos en ella, seguros de que Dios cumple lo que promete. Esto es el recurso necesario para superar las pruebas y seguir adelante en el camino hacia la perfección en el encuentro con Jesús. La esperanza es comparada en el versículo con la firmeza de un barco que en medio del temporal se mantiene estable gracias a la solidez del ancla, que lo sujeta con fuerza porque no resbala, es decir, es segura, manteniéndose firme porque descansa en las promesas de Dios. Además, la certeza de la esperanza es que “penetra hasta dentro del velo”. Nuestra ancla es inamovible porque está afirmada en Dios mismo. La palabra velo tiene que ver aquí con el lugar del santuario donde la presencia de Dios se manifestaba de un modo especial. Un ancla sobre la arena no es garantía de firmeza, pero lo es cuando está bien trabada a la roca del fondo. No vemos el ancla, pero la sentimos porque retiene firmemente nuestra alma. La esperanza del creyente es mucho más que promesas, es Dios mismo. No está distante porque “es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Col. 1:27). Así habla de ella Juan: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal como Él es” (1 Jn. 3:2). La herencia eterna que es Suya, nos corresponde porque estamos en Él. Por gracia seremos presentados un día delante de Él en la gloria. Mis lágrimas, las dificultades del camino, los sufrimientos, las angustias y tribulaciones, no las experimento solo,  porque el Señor está conmigo todos los días hasta el fin. Tal vez en medio de una gran dificultad tenga la sensación de que nadie hay conmigo, pero el Señor está siempre a mi lado, y Su gracia, como bálsamo del cielo hace provisión para cuantas heridas se produzcan; además Su misericordia, como eficaz medicina celestial cura mis males. Su mirada de amor y el contacto de Su mano me comunican el mismo mensaje que dio a Josué, Su siervo: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en donde quiera que vayas” (Jos. 1.9). Esa es la razón por la que puedo ver el presente con seguridad y el futuro con esperanza, así que puedo ahora mismo dar “a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús” (2 Co. 2:14). Señor, dame la bendición de sentir que el ancla de mi esperanza está firmemente puesta y asegurada en Ti. 

A salvo de la adversidad.

Ninguna adversidad acontecerá al justo” (Pr. 12:21)
Este texto parece una afirmación irreal. Asegurar que ninguna adversidad acontecerá al justo, podría muy bien ser cuestionada en una lectura superficial. ¿No pasa el justo por pruebas y dificultades? ¿No tiene que decir, como el salmista, que come pan de lágrimas? ¿No es despreciado por otros? ¿Acaso no pasa a veces por el valle de sombra de muerte? ¿Cómo puede decirse que no le vendrá ninguna adversidad? La respuesta es sencilla: La adversidad es algo que puede destruir y aniquilar. Esto no es posible para el cristiano porque no solo Dios está a nuestro lado, sino que Dios está por nosotros. Para el justo las adversidades nunca proceden de Dios, sino de “nuestro adversario el diablo, que cómo león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 P. 5:8). Su propósito es hacernos fracasar en la vida cristiana; que dudemos de Dios y de Su misericordia; que nos  sintamos abandonados de Su gracia y despojados de Su cuidado. El adversario genera adversidades, como ocurrió con Job, para que hablemos mal de Dios. Si en su primer intento fracasa, lo repetirá con más intensidad para conseguir su propósito. A Job le despojó de su familia, de su honor personal, de sus riquezas, e incluso del afecto de su esposa, en esa adversidad Dios sostuvo su fe, de modo que podía decir: Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito” (Job 1:21b). La calamidad no consiguió apartar a Job de Dios, porque Él le sostuvo. De este modo podemos entender mejor el texto: “Ninguna adversidad acontecerá al justo”, es decir, las situaciones más críticas no conseguirán aniquilarlo porque no pueden aniquilar su fe. Con mayor firmeza se aferra al Altísimo y con renovada confianza mira arriba para “sostenerse como viendo al Invisible” (He. 11:27b). El Señor toma la mano del que está pasando por la adversidad para sostenerle. Acontecer, tiene el componente de algo que se produce y que puede continuar  indefinidamente. La adversidad no acontecerá al justo como un accidente en su vida sin remedio alguno. Dios está presente y Dios actuará. Las situaciones más adversas son conducidas por Su mano de gracia orientándolas para nuestro bien. Los problemas más grandes y las angustias más fuertes son permitidas por Él para que culminen en bendición. En medio de las grandes crisis, el amor de Dios está presente y nadie ni nada nos podrá apartar de él. Benévolamente nos conduce nuestro Señor por sendas de justicia por amor de su nombre. Cuando las fuerzas fallan nos toma en Sus brazos para hacernos avanzar. Cuando las lágrimas  inundan nuestros ojos y nos impiden ver, extiende Su gracia y enjuga nuestro llanto. Cuando la inquietud llena el alma viene a nosotros con paz. Esta es mi experiencia, por eso puedo y debo decir hoy como testimonio personal que “ninguna adversidad acontecerá al justo”. Las circunstancias contrarias no pueden convertirse para nosotros en adversidad. Todo está bajo el control del Señor y Él nos lleva siempre en triunfo en Cristo. Dejemos de mirar a nuestro entorno para fijar los ojos en Jesús, mientras corremos con paciencia la carrera que tenemos por delante. A lo largo del camino, Su misericordia, en la angustia, Su presencia, y siempre Su paz. “Oh, Señor, que mi convicción ahora sea que ninguna adversidad podrá separarme de ti”. 

Siguiendo a Jesús en el camino.

“Y en seguida recobró la vista y seguía a Jesús en el camino” (Mr. 10:52)
El ciego Bartimeo se levantó como cada día y ayudado por alguien volvió a sentarse al borde del camino. Su propiedad más querida, una capa. Su tesoro al final del día unas monedas que iban pasando de manos caritativas a las suyas. Su soledad grande y su desaliento, posiblemente mayor. Había visto pero era un ciego. De pronto una multitud desacostumbrada que hacía sentir su presencia en el camino. El ciego pregunta la razón de ella y la respuesta le impacta: Es Jesús que pasa. El corazón le latía con fuerza, era su oportunidad, la única para recuperar la vista. Los gritos de Bartimeo superan el murmullo de la multitud. No clama por gracia sino por misericordia. Pide al Hijo de David que su miseria tenga eco en Su corazón. Después, la respuesta de Cristo, la sanidad, el gozo en su vida y, sobre todo el compromiso: “seguía a Jesús en el camino”. Así también nosotros. Dios en el  camino sin esperanza de nuestra vida. Su misericordia atiende a nuestra miseria. Su gracia nos rescata de nuestra condición. Él se hace esperanza de gloria para nosotros. Mucha más misericordia con nosotros que con Bartimeo. Pero, un mismo resultado final, seguir al Señor en el camino. El camino de Jesús es el camino gozoso de la comunión con Dios. Él está presente en cada tramo de la senda, para darnos Su compañía y responder a nuestras oraciones. No habrá ninguna de ellas que no sea respondida conforme a Su voluntad que siempre, en todo caso, será para nosotros agradable y perfecta. Es el camino de la amistad, donde el Señor transita conmigo. Él me lleva siempre en triunfo (2 Co. 2:14). Puso al Consolador para alentarme cuando la angustia, la aflicción o el simple cansancio llegue. Su poder a mi disposición, de modo que para todo tenga fuerzas en Aquel que me sostiene (Fil. 4:13). Es también el camino de la renovación espiritual, en donde el propósito divino se va cumpliendo para que cada día sea más semejante a Jesús (Ro. 8:29). Es cierto que esa renovación supone muchas veces la misma experiencia de mi Señor, las lágrimas estarán presentes, la agonía intensa, el abandono total, pero, en ese trance me doy cuenta que la admirable imagen del Señor se va reproduciendo en mí. En medio de las dificultades y conflictos, la gran bendición de seguir a Jesús en el camino es evidente. El bien y la misericordia me siguen cada día. En mi necesidad espiritual Él pone mesa delante de mi, que llena de los manjares de Su gracia y adorna con la grandeza de Su amor. El camino es de restauración. Yo tropiezo, tambaleo e incluso caigo. Mis pies quedan lastimados y yo me siento derribado, caído a tierra, pero, en ese momento, Su mano restauradora se extiende, toma la mía, me levanta y sin ningún reproche, me insta a seguir adelante mientras me dice: “No temas, yo estoy contigo, no desmayes porque yo soy tu Dios que te esfuerzo” (Is. 41:10). Sigo a Jesús en el camino y tengo también esperanza de gloria. No hay otro lugar para descansar en esperanza sino en Él mismo. El versículo desafía mi vida. ¿Estoy siguiendo a Jesús en el camino? Necesito cerciorarme de esto. ¡Oh, Señor! Que cada paso mío esté precedido del Tuyo. 

Esperanza para el cargado

“Echa sobre Jehová tu carga, y él te sustentará; no dejará para siempre
caído al justo” (Sal. 55:22).
Hace años tuve que cumplir mis obligaciones de entonces con el ejército de mi nación. Aunque estaba integrado en una unidad de infantería, me habían entregado para ser sanitario de esa agrupación. Se programó un ejercicio militar de entrenamiento y fuimos trasladados hasta un lugar próximo a donde iban a realizarse las maniobras. Yo tenía que llevar mi bolsa con las pertenencias militares y, además, otro que contenía el instrumental y material sanitario. Tenía instrucciones concretas de no desprenderme de él. Era difícil caminar con los dos bultos. De pronto, un vehículo de sanidad militar se paró a mi lado y un suboficial me dijo desde el interior: ¡Sanitario, suba! Puse mi saco militar, mi bolsa con los instrumentos sanitarios y subí. Poco tiempo después estaba en el campamento. No me quitaron la carga, hicieron mucho más, me llevaron a mí con ella. Este es el contenido del texto. ¿Tenemos una carga pesada? Somos invitados a ponerla sobre la omnipotencia divina. Es posible que el peso gravite sobre tu alma, a causa de tu situación personal y te está haciendo difícil, casi imposible, seguir adelante. A ti te oprime, sin  embargo, para el Señor llevarla es nada. Pero, observemos el texto, en ningún modo dice que nos será retirada. Dios en Su soberanía ha permitido que gravite sobre nosotros. Sabe que esta tribulación momentánea está produciendo en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria (2 Co. 4:17). Él en Su omnisciencia sabe que la situación se convierte en opresión cuando tratamos de llevar nosotros la carga con nuestras fuerzas. Por eso viene a nuestra ayuda con una provisión mucho mayor que la necesaria para llevar el peso: “Él te sustentará”, es decir, nos toma a nosotros para que podamos soportar el peso. Cuando llevamos el problema al Señor, notaremos inmediatamente que somos capaces de mantenernos bajo su peso, que de otro modo nos agobiaría. Al echar la carga sobre el Señor no nos es quitada, pero hallamos a uno que nos sostiene a nosotros como también a la carga. La solución no está en la resignación ante la angustia, ni en la indignación por que no entendemos la razón de nuestra situación, está en vaciar el corazón ante el Señor y entregarle toda nuestra carga. Lo que más tememos es que la prueba nos haga salir del camino recto, pero aquí está la segunda bendición que el Señor promete: “no dejará para siempre caído al justo”. Él nunca permitirá que nuestra aflicción nos mueva de la posición que ocupamos en el terreno de victoria en la fe. Las pruebas intensas parecen derribarnos. Tal vez estemos hoy como Elías, bajo un árbol junto al camino, incapaces de llevar la carga y sin fuerzas para caminar. ¿Podemos seguir enfrentándonos solos con la prueba? No sigamos así. Contémosle al Señor toda nuestra pena y dejémosla con Él. No echemos la carga para volverla a tomar; entreguémosla al Señor dejémosla allí. Entonces la estrechez se convertirá en anchura, las lágrimas en gozo, y la inquietud en paz. Entonces podremos cantar alabanzas al que nos sustenta para que podamos llevar la carga.

Promesa de restitución

“Y os restituiré los años que comió la oruga” (Jl. 2:25a). 

Juan había perdido su balón nuevo. Acababan de regalárselo por su cumpleaños. Salió emocionado al campo que había cerca de su casa y comenzó a jugar con él. De pronto, golpeó con fuerza y el balón hizo un arco yendo a caer al bosquecillo cercano, por donde discurría un arroyo. Botó al otro lado, y ante los ojos asombrados del muchacho, cayó al agua, viendo como su hermoso regalo se fue con ella. Con muchas lágrimas regresó a su casa contándole a su madre la situación. –No voy a poder vivir sin él, mamá– Decía una y otra vez. Su madre le respondió: –Yo te daré otro, ten paciencia. Un mes después, Juan se despertaba una mañana y vio que a los pies de su cama había un paquete y dentro de él un hermoso balón. Corriendo se abrazó a su madre, dándole las gracias. Ella, le dio: –Si prometo algo, siempre cumplo mi palabra. Miremos el versículo de hoy. La oruga juntamente con todos los insectos que se mencionan en él, habían destruido el fruto de la tierra. No había nada agradable que ver. Lo que antes había estado verde era un erial de tierra desierta. Es ejemplo de los años en que las pruebas nos hacen gemir profundamente. Aquel verdor de nuestra vida se ve cortado por la oruga de la tristeza. Los otros elementos coadyuvaron para hacer aún más penosa la situación. Fueron como años perdidos en nuestra vida. Sin duda lo podemos sentir así, pero Dios los utiliza para prepararnos para una bendición abundante. Él determina restituir, es decir, hacernos volver a los momentos de las bendiciones y con ellos se producirá la recuperación de la alegría. Dios dice que seremos restituidos por los años que sufrimos y lloramos y, en cierta medida, son como la disciplina que Él permite para afirmar nuestra fe, allanar los caminos, enderezar las sendas y traernos a una nueva experiencia con Él. Es un tiempo en que consideramos las pruebas como una plaga terrible en nuestra vida, y que podemos comparar con los destrozos de la oruga. Es posible que estés recordando cuando decías: Señor, ¿por qué se acercó a mi campo de felicidad? ¿Por qué tuvo que aparecer destructora en mi vida? Ahora el Señor en Su misericordia promete quitarla, entonces tu corazón volverá a estar lleno de gratitud y gozo para servirle. ¡Bendito sea su Nombre! Cuando esto se cumpla, y será así conforme a Su promesa, podrás ver el campo de tu vida mucho más verde que antes y recoger una impresionante cosecha de beneficios y privilegios espirituales que nunca hubieses imaginado. Por la gracia abundante y el amor que podrás sentir de Dios, estarás en condiciones de alentar a otros, cuyos campos de vida estén pasando por lo que tú estás pasando ahora. Mira aún más la bendición que es la oruga que permitió el Señor, has venido a estar más arraigado en la fe que te hace depender de Dios. Podrás aprender humildad de tus experiencias amargas. Los años que consideras como perdidos, serán restituidos por un milagro del amor de Dios. ¿Te parece que esto es una gracia demasiado grande? Cree la promesa del versículo y vive por ella para verla realizada en ti. Es el futuro de la recuperación, el horizonte de la gracia, el destino del amor de Dios que tienes delante de ti. Aprendamos a ser agradecidos a quien hace todo esto por nosotros.